Última actualización 6 abril, 2024 por Alberto Llopis
En el tiempo que llevo viendo fútbol en mi vida, sin dudas creo que esta es la peor selección mexicana de la historia. La que inició el proceso mundialista en 2010 con renovados bríos y durante dos años y medio hizo tejer esperanzas de que estábamos “a la altura de cualquier rival”, apuntalada por triunfos internacionales como las medallas de oro panamericana y olímpica, y los títulos en Toulón y, sobre todo, en la Copa Mundial Sub-17, hoy literalmente se revuelca en el lodo de su propia mediocridad, con solo el repechaje ante Nueva Zelanda como única y última posibilidad de acudir a Brasil 2014.
Con 2 derrotas consecutivas en los duelos de la presente fecha FIFA (uno en casa ante Honduras y otro de visita ante EE.UU), el cese de su inamovible entrenador –José Manuel De la Torre, que pecó de soberbio en los tiempos buenos y también en los pésimos–, y la actitud pusilánime de buena parte de su plantel, el Tricolor azteca ha quedado a un tris de pelear su boleto al próximo Mundial por la vergonzosa vía del repechaje.
No han faltado las noticias alarmistas y los escenarios catastrofistas que pintan las cosas como casi el preludio del fin del mundo si la “verde” no va al torneo del próximo año: que habría pérdidas por 600 millones de dólares alrededor de la industria futbolera en el país y que, en el colmo del paroxismo, el hecho daría pie a un año 2014 candente política, económica y –por ende– socialmente, cuando están en discusión diversas reformas y el tema financiero se sostiene con alfileres. Sí, algunos especialistas de los medios visualizan un escenario alarmista si el «Tri» no va a Brasil, debido a la parafernalia que en tiempos mundialistas se arma alrededor del equipo de todos (que termina siendo de unos cuantos), por los ingresos publicitarios que genera y los empleos directos e indirectos que se crean en esa época.
Me parece sumamente amarillista afirmar que de la participación de México (11 hombres en la cancha y 12 más en la banca) en dicha competencia dependa el bienestar de una nación de más de 100 millones de personas, que si bien la mayoría son aficionados a este deporte, su felicidad no va a depender de una clasificación deportiva. Me parece aberrante que supuestos especialistas diseñen un panorama tan oscuro, cuando el «Tri» normalmente solo participa en 4 de 64 partidos que se disputan en una Copa del Mundo.
Obviamente, habría serias afectaciones económicas: quizá las marcas patrocinadoras –que tanto dinero le han invertido, algunas veces hasta por adelantado– se alejarían del futbol como escaparate, y para el proceso 2014-2018 serían ellas quienes marcarían la pauta para poner nuevas tarifas comerciales; ellas podrían tocar el pandero de la negociación y ya no se doblegarían tan fácil ante los absurdos costos que imponen hoy en día los directivos Justino Compeán y Decio de María, bajo el argumento de que el «Tri» vende, que es un “negocio redondo” (escudándose en los fantasiosos y convenientes “partidos moleros” en EEUU y de que la playera verde es una de las 3 más compradas en el universo futbolero).
Para colmo, en el límite de la ironía, y significando una cachetada con guante blanco a nuestros comodinos futbolistas, la selección azteca de básquetbol obtiene su boleto al Mundial de la especialidad, en un deporte donde en el país hay escaso apoyo económico y comercial, y ni en sueños se pagan los sueldos que se manejan en el balompié.
Ha quedado al desnudo una Selección Mexicana prostituida, esclavizada a un sinfín de intereses, donde no se reconoce el sacrificio y el esfuerzo de jugadores como Memo Ochoa, que prefirió dejar la comodidad del futbol mexicano, donde era ídolo y ganaba dinero a montones y alineaba para uno de los clubes más poderosos y mediáticos, para irse a un equipo chiquito de Francia, donde sin embargo ha sabido ganarse un nombre sin la ayuda de ninguna televisora, como se le acusaba aquí. En cambio, se apapacha a vedettes que no corren en la cancha para que no se les escurra el rímel y no se les alborote el peinadito.
Se ha preferido a nacionalizados como Christian “Chaco” Giménez, un argentino en el ocaso de su carrera y que en muchas oportunidades de oro no ha sabido marcar diferencia a favor de su equipo, Cruz Azul, que se ha quedado como subcampeón en numerosas finales, cuando se supondría que su talento individual podría cambiar las cosas.
Al “Chepo” De la Torre se lo tragó la presión de los federativos, los dueños de clubes, las televisoras, los promotores, los patrocinadores y toda esa telaraña de intereses –asquerosa e innegable– que ha abrazado poco a poco al representativo nacional y al torneo casero. El ex director técnico (con 2 títulos de Liga en distintos equipos, Guadalajara y Toluca) no supo manejar la crisis con Carlos Vela, quizá pensando que tenía jugadores suficientes como para no necesitar al cancunense, y he aquí que nomás no atinó a armar una ofensiva respetable y en 4 partidos eliminatorios en el “Azteca”, 360 minutos, solo se ha marcado un miserable golecito y en contragolpe.
Quizá será mejor para nuestro futbol quedar fuera del Mundial para que venga una auténtica reingeniería, una reestructuración de fondo, una “bomba atómica” que dinamite hasta sus entrañas este dinosaurio anquilosado y sin movimiento, que ya ha sido rebasado desde hace tiempo por EEUU, que acudirá a su séptima Copa del Mundo consecutiva, y otros rivales de la zona como Costa Rica y Honduras están fortaleciendo proyectos a largo plazo y bien cimentados para llegar al liderazgo en la CONCACAF.
Puede llegar quien sea al mando del equipo azteca y las cosas y los resultados seguirán igual si se sigue con esta mentalidad ratonera, si no se preparan jugadores con orgullo por defender la playera nacional, con mentalidad ganadora, con liderazgo, con amor propio, si no dejan de haber tantos intereses mezquinos tan ajenos al balompié alrededor del representativo de un país cuyo estado de ánimo efectivamente depende en buena parte de lo que haga o deje de hacer su selección.
Sin embargo, los que deben estar preocupados son los brasileños y los de la FIFA, porque obviamente el mexicanote empeña hasta su alma al diablo con tal de ir al Mundial a ver a “su Tricolor” (que invariablemente se queda en el cuarto juego), mientras que hondureños, ticos y hasta gringos no son tan apasionados y descerebrados como para dejar familia, trabajo y ahorros para irse 30 días a un país extraño a consumir y a hacer fiesta.