La banda de Stoichkov revolucionó USA 94

Última actualización 14 junio, 2016 por Alberto Llopis

Noviembre de 1993. Es noche cerrada en algún punto de la frontera entre Alemania y Francia. Un coche la cruza con cuatro búlgaros en su interior, dos de ellos están entrando ilegalmente en el país galo. Conduce Mihaylov, portero titular de la selección de fútbol, que juega en un club francés y se ha encargado de prepararlo todo. En su bolsillo lleva un buen fajo de billetes. Los sin papeles son Penev y Kostadinov, que no han podido viajar en avión con el resto de la plantilla por problemas con el visado. El gendarme que les deja pasar se arrepentirá toda su vida. El coche continúa rumbo a París, donde se reunirán con el resto de la banda para jugar el partido decisivo de clasificación para el mundial de 1994. Solo les vale ganar.

 En el Parque de los Príncipes espera un rival con grandes estrellas como Cantona, Desailly, Papin o Deschamps. Los galos son favoritos y controlan el partido. Bulgaria hace lo que mejor sabe, defender y buscar su ventaja en la contra y la individualidad. Llega el minuto noventa y el uno a uno brilla en el marcador. El resultado les vale, pero Francia entera tiene miedo, se arrepienten de las ocasiones erradas. Ya se perdieron el último mundial, dos seguidos sería demasiado. Saben que Hristo y los suyos van a luchar hasta el último segundo, les sienten afilando las navajas a sus espaldas, no tienen cara de rendirse fácilmente. Es entonces cuando Ginola rifa incomprensiblemente un balón, que tenía en el córner rival cuando el partido ya agonizaba, y de ese error nacería la contra que hará saltar a todo un país en el mismo momento a miles de kilómetros de distancia. El balón llega a Penev en el centro del campo, que, sin pensárselo, mete un pase en profundidad al otro sin papeles, Kostadinov, para que este se cuele entre los defensas y fusile a Lama, dejando blancos a todos los franceses, incluyendo al portero.

Asaltando París.
Los bulgaros asaltando París.

Así eliminó a Francia y se clasificó para el Mundial de Estados Unidos la generación dorada del fútbol búlgaro. Tenían pinta de todo, menos de deportistas profesionales. Stoichkov era el líder. Con su arrogancia y su genio marcaba las diferencias en un grupo en el que no faltaban el talento y la experiencia.El trabajo de Lechtkov en la medular y la delicada zurda de Balakov, la contundencia de Ivanov o el olfato goleador de Kostadinov completaban un equipo extraño, pero competitivo. Y eso que Penev, uno de los jugadores más en forma -y sobrino del seleccionador-, tuvo que ver el Mundial desde casa, tras ser operado de un tumor en un testículo. Jugaban como las pintas que llevaban, a lo bruto. El equipo parecía descompensado con exceso de jugadores ofensivos, pero había un extraño equilibrio que la mayoría no lograban entender. Sin orden aparente, conseguían desatar el talento a través de un fútbol muy instintivo. Una banda de tipos rudos, que hacían del desbarajuste defensivo una virtud. Irreverencia y contraataque.

 Bulgaria estaba en plena transformación en todos los aspectos, todavía saliendo de la influencia soviética, mientras atravesaba un período de inestabilidad política y crisis económica. Aunque era el sexto Mundial para un país con menos de cinco millones de habitantes, no sabían lo que era ganar un partido en esta competición. Hacía solo cuatro años que se habían celebrado las primeras elecciones libres y los jugadores empezaron a emigrar a ligas más competitivas, ya que bajo el régimen comunista tenían prohibido salir del país hasta cumplir los 28 años. Muchos de “Los Chicos de oro”, como se conoce en su país a los protagonistas de esta historia, llevaban ya varios años repartidos entre las ligas española, portuguesa y francesa, adquiriendo una competitividad sin la que esta gesta habría sido imposible.

Sólo estar allí ya era un éxito, y así se lo tomaron los jugadores, como una larga fiesta de la que no desaprovecharon ni un minuto, haciendo las dos cosas que mejor sabían hacer: jugar al fútbol y beber. Quedaron encuadrados con Nigeria, Grecia y Argentina. Demostrando su espíritu anárquico, debutaron perdiendo tres a cero frente a los africanos, pero luego le metieron cuatro a los helenos. No tenían término medio. Se jugarían el pase contra la Argentina de la efedrina. Sin Maradona, la albiceleste perdió su alma. Aunque seguía teniendo un plantilla repleta de jugadores de primer nivel, no parecían ellos. Estaban desorientados y Bulgaria supo imponerse en el caos para ganar por dos a cero y clasificarse como segunda de grupo.

MEXICO V BULGARIA
Balón de Oro y máximo goleador del Mundial, el líder que esta banda no olvidará 1994

No parecían tomarse el asunto muy en serio, pero la rebeldía mostrada por los jugadores fuera del campo se convertía en desparparpajo sobre el césped. En el hotel lo normal era ver imágenes sacadas de una película de gangsters. Jugadores en la piscina con camisas horteras rodeados de botellas vacías, cantando y montando gresca, timbas de póker entre densas nubes de humo y desayunos con caras descompuestas. Luego salían a jugar con una peculiar manera de entender este juego, sin dejar de vacilar y sonreír, pero vaya si lo tomaban en serio.

Empezaba la época del hermetismo en el fútbol, que alejaba a los jugadores del mundo real encerrándolos en una burbuja. Y, tras superar los octavos de final contra México por penaltis, esperaba la selección más hermética de todas, la Alemania de Matthäus, Sammer y Klinsmann, vigente campeona. Eran rubios, muy buenos, siempre tenían gesto serio y se medirían contra los que no tenían nada que perder ni que esconder: los búlgaros se dejaban fotografiar liándola en el hotel y vacilando a las azafatas. Fueron la única selección que no contrató seguridad en su hotel de concentración, simplemente no la necesitaban. El partido fue muy intenso. Se adelantaron los alemanes, pero en solo cinco minutos Bulgaria daría la vuelta al marcador en la segunda parte, con goles de Stoichkov de libre directo y Letchkov tras un potente testarazo, para confirmar la sorpresa. Nadie contaba con ellos y se colaron en semifinales, donde esperaba Italia, que venía de romperle el tabique a Luis Enrique. Con un Baggio estelar la azzurra se puso 2-0 en la primera media hora. Búlgaria reaccionó recortando distancias en el segundo tiempo, pero no fue suficiente y la ordenada defensa italiana hizo el resto. Stoichkov declaró tras el partido: “Dios estaba con nosotros, pero el árbitro era francés”.

En el partido por el tercer puesto contra Suecia se dejaron llevar. Tenían cara de volver de un festival y perdieron por 4-0. Ni siquiera consiguieron que el capitán, que estaba empatado con el ruso Salenko a seis goles, marcara para ser bota de oro en solitario. Le buscaron durante todo el partido, pero no era el día. Habían salido de la nada para quedarse a las puertas de la final, solo querían volver con su gente para seguir celebrándolo.

Tan grande fue la huella que dejaron estos jugadores en el país, que muchos de ellos aprovecharon el tirón para terminar ocupando cargos de poder años más tarde. Lechtkov fue alcalde de su ciudad natal, aunque acabó en la cárcel por malversación de fondos públicos. Mihaylov fue presidente de la Federación y después miembro del Comité Ejecutivo de la UEFA. Stoichkov intentó ser seleccionador, pero fue un fracaso y se compró el CSKA Sofia. Ivanov, gordo y viejo, prefirió retirarse a su finca en las montañas, donde conducía un tanque, mientras apuraba un winston recordando aquel verano de fiesta por USA hace más de veinte años, cuando el fútbol era más auténtico. Desde aquella generación dorada, Bulgaria no ha vuelto a conseguir otra victoria en un Mundial.

Icono de una época, Trifon Ivanov, recientemente fallecido a los 50 años.
Icono de una época, Trifon Ivanov, recientemente fallecido a los 50 años.

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