Última actualización 6 abril, 2024 por Alberto Llopis
Si 2017 fue un año convulso y polémico para el futbol mexicano, el 2018 −incluida toda la incertidumbre generada por la participación de la Selección en el Mundial de Rusia− ha iniciado con medidas impopulares y antideportivas en las máximas divisiones, poniendo en entredicho el espíritu de competencia.
Y no sólo eso. Los directivos aztecas se han llenado la boca hablando de que la Liga MX (como se bautizó al torneo mexicano hace cinco años y medio) desde su formación ha adquirido respetabilidad y destila calidad en la cancha, atrayendo a más aficionados. “Los objetivos que tenemos es hacer más atractivo el futbol, (…) fortalecer la economía de los clubes, participar proactivamente en el desarrollo social de nuestro país y ser más atractivos ante el aficionado y el televidente que asisten o ven (los encuentros) semana a semana”, expresó Decio De María, como presidente del torneo, aquel 5 de junio de 2012.
“La visión es que para el 2015 queremos tener una afición creciente, con una asistencia promedio superior al 50 por ciento, con un rating arriba del 8 por ciento a la semana, con estadios de primer nivel. Nuestra misión es ser una liga profesional con un nivel de excelencia en su fútbol, con estructuras sólidas, con una afición creciente y participando en el desarrollo social del país”, expresó.
Todo ese “rollo” (como se le llama en nuestro país a los discursos demagógicos y sin sentido) se fue a un pozo oscuro el pasado viernes 2 de marzo, cuando los dirigentes de los 18 clubes de la 1ª. División tomaron varias decisiones que son, por decir lo menos, estúpidas.
¿Qué aprobaron los “dueños del balón”? Si bien se enfatizó que para la temporada 2017-2018 (que consta de dos torneos cortos) vigente, no hay cambio alguno, se realizará un análisis de cumplimiento y viabilidad de participación de los clubes que deseen pertenecer a la Liga MX, así como se topa en 20 el número máximo de clubes en esta liga para el periodo 2018-19.
Comenzando en ese mismo ciclo, solo podrán ascender los equipos que cumplan los requisitos de participación en el reglamento interno de la Liga MX, e igualmente se confirma la posibilidad de que el equipo que termine en último lugar de la tabla de cociente pueda conservar su lugar en la División, al tiempo que realizará una aportación económica utilizarse en beneficio de ambas Divisiones (Liga MX/Ascenso MX).
Es decir, se aplicará el “pagar para jugar”, pues el club de la 1ª. División que pierda deportivamente su derecho a seguir en el máximo circuito, otorgando un monto podrá mantenerse en él.
Con esto, se le quita todo el sentido de competencia a un torneo deportivo que aspira a ser de élite. Si de por sí el torneo mexicano es mediocre, especulativo y poco vistoso, ¿qué tipo de futbol se practicará ahora que ya no existirá el temor de descender?
Mientras que en muchas ligas europeas existen hasta tres descensos en 1ª. División −para fomentar la competencia y la superación−, en suelo mexicano se toma la increíble decisión de suprimirlo, cuando ya de por sí bajar de categoría es en base al rendimiento porcentual a lo largo de tres años (seis torneos cortos). En otras palabras, ya no habrá “castigo” por jugar mal y ser el último lugar de un campeonato… ¡es como si el que termina en primer lugar no fuera designado campeón!
Y para quienes compitan en la 2ª. División (denominada pomposamente Ascenso MX, nombre que ya entonces carecerá de sentido), ahora subir de nivel dependerá no del esfuerzo y la entrega en la cancha, sino de la inversión que logren realizar en infraestructura y el aporte financiero que hagan.
Algunas otras medidas son buenas a medias, como por ejemplo que regresa la llamada “Regla 20/11”, la cual obligará a todos los equipos de 1ª. División a alinear a un jugador menor de 20 años y 11 meses en todos los minutos de juego en la Liga MX y a dos en la Copa MX. Esta regla se instauró por primera vez en 2005 y estuvo en vigor hasta el 2011 y permitió que, aunque sea de manera obligada, los directivos y entrenadores a regañadientes tuvieran que considerar en su once inicial a jóvenes canteranos.
Además, sólo se permitirá incluir a nueve jugadores extranjeros y a nueve nacionales en las convocatorias de todos los equipos, pero ahora sólo podrá registrarse un máximo de 12 foráneos. Esto apenas frenará la oleada interminable de futbolistas venidos de fuera, que con la mínima calidad lograban contrato en equipos aztecas, dándose el caso que algunos de estos tenían registrados hasta a 18 elementos extranjeros.
Pero la medida central, la de abolir el descenso, es una “metida de pata” histórica de los dirigentes mexicanos, que siguen atentando contra sus propios intereses, pero sobre todo contra la competitividad que debe regir en todo espectáculo deportivo, más si éste es pagado y genera millones de dólares anuales en ganancias.
A mediados de febrero, ante la oleada de críticas desatadas en la prensa y la afición, Enrique Bonilla, presidente de la Liga MX, se reunió en las instalaciones de la Federación Mexicana de Futbol, con los diferentes directivos de los equipos del Ascenso MX (técnicamente, la 2ª. División), para abordar el tema que generó polémica, acerca de abolir el ascenso y descenso (…), y después, en conferencia de prensa, aseguró que el tema es solo “una idea de tantas que se han planteado con el Comité de Desarrollo Deportivo”.
En realidad, quiso bajar la temperatura de la polémica, pero dos semanas después vino el mazazo y se oficializó la decisión, que pone en tela de duda el crecimiento de la marca del país futbol-México hacia el mundo, desde una estrategia de fortalecimiento interna.
Y, decíamos, el pasado 2017 no fue un año exitoso para el balompié azteca: a los fracasos en las Copas Oro y Confederaciones con las respectivas Selecciones que se armaron, habría que agregarlos otros escándalos de carácter doméstico que demostraron que los dirigentes locales son muy buenos para el negocio pero pésimos para la planeación y para el manejo de crisis.
El 18 de febrero del año pasado, en Veracruz, se enfrentaron las “barras” (cofradías delincuenciales disfrazadas de grupos de animación, patrocinados por los propios clubes) de los Tiburones Rojos y de los Tigres de la UANL, cuando estos comenzaron la refriega en las tribunas, dando paso a una serie de incidentes en las gradas y la cancha que apenas merecieron castigos menores y ninguna consecuencia seria. Días después, el 8 de marzo, el defensa paraguayo del América, Pablo Aguilar, y el delantero argentino del Toluca, Enrique Triverio, agredieron a los árbitros (con cabezazo y empujón, respectivamente) en dos juegos distintos dentro de la Copa MX.
La Comisión Disciplinaria se vio benevolente y suspendió a los futbolistas con 10 y 8 partidos, causando indignación y malestar entre los silbantes, que en protesta decidieron irse a paro, por lo que se suspendió la jornada 10 de ese torneo Clausura 2017. Días después, y tras el escándalo a nivel internacional, se dio una ampliación de ambas sanciones, suspendiéndoseles por un año a los agresores, con lo que los árbitros, satisfechos, volvieron a la actividad (en mayo, el Tribunal de Arbitraje Deportivo −TAS− revocó las decisiones del Comité de Apelaciones de la FEMEXFUT y se reinstauraron las sanciones originales).
Y así hasta el infinito: castigos mínimos a agresiones en la cancha y desde la tribuna, partidos suspendidos por bocinas a baja altura que ponían en riesgo a los futbolistas, pocos goles, saturación de extranjeros mediocres y comodinos, etc., han sido el pan de cada día en el balompié mexicano en los últimos tiempos.
Y con la erradicación del descenso, uno de los “leitmotiv” del futbol profesional en cualquier latitud como actividad competitiva, se le da, casi lo aseguraría, un “tiro de gracia” al torneo nacional.