Última actualización 21 septiembre, 2022 por Alberto Llopis
Las imágenes del pasado fin de semana en la Romareda han dado la vuelta a medio mundo sobre la decadencia en la que están cayendo algunos equipos españoles. Con tan sólo un partido disputado esta temporada, el césped del estadio maño presentó un aspecto absolutamente deplorable digno más de un campo de tomates que de uno de fútbol.
Si en el primer partido del año frente al Valladolid, la hierba ya presentaba bastante problemas y calvas que hacían difícil realizar un juego vistoso, lo del pasado sábado rozó lo grotesco, lo intolerable. No se puede jugar un 1 de septiembre un partido de fútbol de primera división en un estado tan catastrófico como el que se vivió.
Esta vez el culpable no ha sido las temperaturas ni el hielo, ni siquiera las lluvias las que han dañado el césped. El culpable según los responsables del mantenimiento del campo es un hongo que poco a poco va comiéndose la hierba del terreno de juego. Hasta ahí la excusa o razón, cada cual como lo vea.
El problema viene cuando a este pequeño incidente no solo se le da solución y se convierte en un gran inconveniente. Y es que no basta una resiembra del césped o parches de última hora. Cuando has tenido todo un verano con cerca de cuatro meses sin competición, la lógica indica que ha habido tiempo suficiente para cambiar el citado césped. Ahora, con la televisión enfocando lo que sucede en la Romareda las consecuencias son nefastas: primero porque se ofrece una imagen internacional de la Liga BBVA y especialmente del Zaragoza patética, de equipo dejado a su suerte. Segundo, porque un partido de fútbol se convierte en un partido de fútbol-playa donde es difícil dar dos pases perdidos. Y tercero, porque se estafa al aficionado nuevamente, que ve como acude a un recinto donde no se juega a nada. Y el aficionado al final se harta.