Claroscuros

Última actualización 6 abril, 2024 por Alberto Llopis

Es difícil describir las sensaciones que provocó la Selección Mexicana en su afición antes, durante y después del Mundial Rusia 2018.

Si bien ya ha transcurrido el tiempo, uno no puede dejar de recordar todo el carrusel de emociones vividas en la competencia, pero que al final del cuento, tuvo el mismo epílogo de las últimas siete Copas del Mundo: el Tricolor eliminado en octavos de final.

Hoy, ya con el torneo local, el Apertura 2018, a más de la mitad de su recorrido, de vuelta a la rutina balompédica de nuestra diversión casera, trataremos de reseñar lo acontecido con el equipo dirigido por Juan Carlos Osorio.

El director técnico colombiano siempre tuvo el viento de contra, desde que comenzó a visualizarse su costumbre de realizar rotaciones en sus alineaciones. Los aficionados, y especialmente la prensa deportiva, lo agarraron de “tiro al blanco”.

En aras de “vender” sensacionalismo, se cayó incluso en la degradación del entrenador, que, aunque pudieran criticarle sus métodos de trabajo, siempre se desempeñó profesional y responsablemente.

Además, desde que se sondeó su posible contratación como timonel de México, se sabía que no acostumbraba repetir formaciones entre un encuentro y otro. Curiosamente, cuando decidió repetir una alineación, ya en Rusia, el equipo se le vino abajo y selló su destino mundialista.

Antes de eso, sus números lo respaldaban como uno de los mejores procesos del Tri en toda su historia (que ya data de casi un siglo), con todo y el 0-7 ante Chile en la Copa América Centenario 2016, y el 1-4 ante Alemania en la Copa Confederaciones 2017.

Incluso, cabría anotar también como resultado vergonzoso el 1-2 ante Jamaica en semifinales de la Copa Oro 2017, que lo eliminó de un torneo donde el equipo azteca normalmente pelea u obtiene el título. Justo al regreso de aquel certamen, “manos misteriosas” organizaron una “bienvenida” de lo más degradante para Osorio, a quien recibieron en el aeropuerto internacional de la Ciudad de México hasta niños con convenientes carteles de repudio, siendo “acompañado” por varios reporteros, que casi le metían micrófonos y reflectores en las narices mientras caminaba hacia la salida.

Aquella vez comenté en redes sociales que esta escena, aparte de estar maquinada, me parecía digna de un país bananero, donde se repudia públicamente más a un entrenador de futbol por un partido perdido o una eliminación sufrida, que a un político por haber robado millones de pesos.

La lapidación del colombiano aquella noche fue tan evidente y ridícula, que parecía haber sido orquestada por algún grupo de personas, tal vez directivos del mismo futbol mexicano (yo no descarté en aquel momento ni siquiera a políticos, interesados por distraer a la opinión pública en otros temas en días en que se habían descubierto desfalcos al erario en varios estados de la República Mexicana).

A partir de entonces se acentuó la “cacería” contra Osorio. Algunas voces amarillistas de los medios de comunicación, como André Marin, se dirigían despectivamente hacia él y abiertamente pedían su salida del banquillo azteca, y la llegada del argentino Matías Almeyda, entonces estratega de las Chivas del Guadalajara (campeón de Liga y Copa en 2017, posteriormente monarca de la Concachampions en 2018).

Para ardor de muchos, el plantel base de jugadores respaldaba a muerte al colombiano y de manera pública lo señalaban como un gran entrenador. Así, no hubo  más que esperar el Mundial para valorar en su justa dimensión el nivel del futbol mexicano después de una cómoda eliminatoria (como no sucedía desde el proceso hacia Alemania 2006).

Pero los pronósticos no eran muy optimistas: el XX% de la afición creía que en el debut ante la Maanschaft se perdería irremediablemente, y no pocos esperaban una goliza de cuatro o más anotaciones en contra. Pocos fuimos los que públicamente opinamos que se le daría pelea al campeón del mundo. Se decía que probablemente se le ganaría a Corea del Sur y se tendría que disputar el boleto a octavos de final contra Suecia.

Esto último así terminó sucediendo, más con un antecedente diferente: el Tri sorpresivamente triunfó sobre Alemania, por 1-0, en un gran partido donde los mexicanos se portaron a la altura de las circunstancias y con gol de Hirving “Chucky” Lozano dieron la campanada de la Copa.

Desde la salida del túnel de vestidores hacia la cancha, hasta las lágrimas de Javier “Chicharito” Hernández al momento de escucharse el Himno Nacional,  pasando por los momentos de dominio mexicano -con un primer tiempo rayando en la perfección táctica- hasta los de agobio en los minutos finales, la victoria fue obtenida por los “Osorio Boys” más desde el terreno emocional que desde el táctico.

Ante Corea se ganó por 2-1, pero se notó una baja en la intensidad del juego tricolor, producto seguramente de la confianza que daba enfrentarse a un rival de menor envergadura que el monarca universal. Con seis puntos en la segunda jornada, la calificación a octavos de final debió estar asegurada, más el triunfo de los de Joachim Low sobre Suecia, en tiempo de reposición, con un golazo de Toni Kroos, “volteó” la situación y aún con un mejor desempeño numérico que potencias como Argentina o España, México estaba tan cerca de pasar como de ser eliminado.

Contra Suecia pareció cumplirse la maldición de siempre, donde el exceso de confianza pasa factura, y un pésimo partido, con un lapidario 0-3 en contra, y lo peor, sin capacidad de reacción, nos llevó a enfrentarnos en octavos a Brasil, que llevó el encuentro a su ritmo, sabedor de que en cualquier momento lo liquidaba gracias a sus individualidades. Y así fue, pues ni la soberbia actuación de Guillermo Ochoa pudo evitar una nueva eliminación.

¿Qué pasó? ¿Qué faltó?

Después de un esperanzador inicio con dos victorias, todo se vino abajo y se cerró el Mundial con dos derrotas, con ningún gol a favor y cinco en contra, pero principalmente con la sensación de que, como en otras Copas, pudo haberse hecho más y el Tricolor se quedó en la orilla, con sus acostumbrados claroscuros. Deben directivos y jugadores hacer un examen de conciencia sobre lo acontecido en Rusia y sacar conclusiones para no repetir historias viejas.

 

 

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