Última actualización 6 abril, 2024 por Alberto Llopis
El pasado 12 de octubre, el club América de México cumplió un siglo de vida y, contra lo que cabría esperar al tratarse no solo de una institución longeva sino poderosa económicamente, la celebración a lo largo del 2016 fue gris, anodina, casi inexistente.
Ignorar de esta manera, desde adentro, una celebración que debió haber sido histórica y apoteósica, es un contrasentido y un error que marca definitivamente la gestión de su actual directiva, encabezada por el presidente deportivo Ricardo Peláez, y que puede marcar su destino al corto plazo porque no se obtuvo ninguno de los tres títulos que las Águilas disputaron en el segundo semestre del año pasado: la Liga y la Copa en el campeonato mexicano, y el Mundial de Clubes en diciembre.
Inicialmente conocido con el apodo de los Cremas, sin lugar a dudas es el equipo más polémico de México, y –junto con las Chivas del Guadalajara– se disputan el sitio de honor como el más popular. América, conocido como el “chico malo” de la película y el otro, como “el bueno”, juntos escenifican lo que se conoce como el Clásico de Clásicos del balompié nacional.
¿Por qué el “chico malo”? Porque se le ha creado el aura de todopoderoso, de corruptor de autoridades y de que continuamente recibe “ayudas arbitrales”. Una versión que cae derribada por su propio peso y que el sector del periodismo deportivo que la ha promovido, desde hace por lo menos cuatro décadas, nunca la ha podido sustentar con hechos y pruebas concretas.
Y digo que dicha acusación caer por su propio peso partiendo del hecho de que el América solamente tiene 16 títulos de Liga, y aunque es el máximo ganador de cetros en suelo azteca, es una cosecha muy pobre para los 100 años de existencia de la institución. Si contara con el apoyo de autoridades y árbitros, ¿no debería tener más lauros en su haber? Más aún: celebrándose en México desde hace dos décadas un par de torneos cortos por año, ¿no se esperaría que si está “bendecido” desde las alturas federativas, ganara por lo menos uno en cada periodo anual?
En relación a esos títulos, precisamente, en otra acción de mala fe contra la institución azulcrema, por la animadversión que se le ha creado, se pretenden desconocer injustamente los cuatro cetros conseguidos en la llamada “´época amateur” del futbol nacional (que comprende desde 1902 hasta 1943), a los que se califica despectivamente como “títulos de ‘El Chanfle’” –en referencia a una película infantil estelarizada en 1978 por el famoso comediante Roberto Gómez Bolaños “Chespirito”, en la que el América aparece como protagonista principal–, bajo el argumento absurdo de que solo tienen validez los logros obtenidos en la “época profesional” (de 1943 a la fecha).
Sin embargo, “borrar” esos cuatro títulos consecutivos (en las temporadas 1924-25, 1925-26, 1926-27 y 1927-28) significaría, en automático, desaparecer también todos los hechos acontecidos en esa etapa, como son participaciones de la Selección Mexicana en Mundiales y Juegos Olímpicos, así como hazañas de corte local y también a figuras individuales que forjaron su propia leyenda, de los cuales menciono únicamente a dos: Horacio Casarín y Luis “Pirata” De la Fuente.
Como consecuencia, sería como decir que futbolistas ibéricos que se refugiaron en México por la Guerra Civil española, allá por la década de los 30 del siglo pasado (como Isidro Lángara, Gaspar Rubio, Luis Regueiro, entre otros), nunca vinieron a tierras aztecas a derramar talento y a hacer historia.
Cabe mencionar que en otros países, como la misma España, Italia o Inglaterra, no se hace diferencia alguna entre las épocas en que el balompié se jugaba casi “por amor al arte” y luego cuando ya hubo pago por ello. Títulos son títulos, y solamente en México se pretende –por ignorancia y mala fe– desconocer toda una era que está perfectamente registrada en los archivos históricos.
Sirva lo anterior para poner en contexto la trascendencia del club América en el futbol nacional, y que se demostró en diciembre pasado cuando perdió la “final navideña” (celebrada, por desaciertos reglamentarios de los federativos mexicanos, el 25 de diciembre) de la Liga ante los Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León, en serie de penales. Siendo este un club con fuerza y penetración únicamente regional (el norte, la zona mayormente industrializada del país) su triunfo y coronación provocó que muchísimos aficionados “antiamericanistas” festejaran el logro a lo largo del territorio nacional como si fuera el de la Selección o, por lo menos, de su propio equipo.
Claro, las burlas por el cierre del año sin ningún título no se hicieron esperar. Al fracaso deportivo habría que añadir otros factores que empañaron más lo que debió ser un festejo memorable: la presentación de un uniforme literalmente deslavado, con un diseño horripilante y, aparte, alejado de los colores oficiales de la institución en su larga vida: los azulcremas. Por si fuera poco, como segunda vestimenta se eligió una playera color vino, que cuando fue presentada públicamente se justificó con el argumento de que era un homenaje al Torino, de Italia, que fue el rival del América en el juego inaugural del estadio “Azteca”, escenario que celebró medio siglo de existencia en el mismo 2016.
Después, y tras mucha expectación y difusión, se dio a conocer “el himno del Centenario” –que fue encargado a un oscuro compositor, sin mayor trayectoria y méritos–, que resultó ser una triste copia del cántico oficial del Sevilla español, cuya directiva insinuó su molestia con un amago de demanda por plagio.
Para rematar, no se efectuó ningún partido amistoso para celebrar el acontecimiento en octubre, con el pretexto de que “los clubes grandes no tenían esa fecha disponible”. Una disculpa bastante hueca si se toma en cuenta que en la semana del aniversario se suspendieron todas las ligas del mundo por ser Fecha FIFA, lo cual hubiera facilitado que cualquier “equipo top” del planeta viajase a México invitado por el América.
Y terminando con que se confeccionó un plantel sin grandes figuras ni referentes, con una generación de jugadores ya veteranos y poco comprometidos e indisciplinados, el resultado fue un fracaso total, que habría que facturárselo casi enterito a la directiva, en cuyo descargo habría que decir que las Águilas –con todo y la mala planeación y ejecución en lo administrativo y lo futbolístico– disputaron 60 juegos durante 2016, alcanzaron cinco semifinales y dos finales, y se logró un solo título (el de la Concachampions, el mayor cetro que entrega por equipos la Confederación de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe de Futbol).
Por eso, y aunque se ha reforzado al equipo con más extranjeros de medio pelo (relegando hasta casi la inexistencia en la alineación titular a los mexicanos, y más aún, a los canteranos), y estrenó otro uniforme alejado de su identidad (un verde que no tienen nada que ver con la historia), la pregunta es si el América logrará en este 2017 curar sus heridas del año pasado con una actuación digna de su estirpe y a la altura de uno de los clubes decanos del balompié mexicano.
Si bien el Centenario como tal ya pasó, el compromiso debería ser ese: devolver su grandeza a las Águilas y pagar una deuda de honor a su afición.