Última actualización 14 marzo, 2018 por Alberto Llopis
«Me sorprendió lo completo que era como jugador. Luis [Del Sol] era uno de nuestros mejores centrocampistas a la hora de desbaratar los ataques enemigos, Suárez era un genio del pase en profundidad, y Paco [Gento] era fantástico encarando a los defensas contrarios. Pero Masopust podía hacer todo eso a la vez: recuperar el balón, pasar, driblar e irrumpir en el área. Era un jugador fuera de serie». La definición corresponde a Ferenc Puskas. El hombre del que habla, como pueden imaginarse Josef Masopust, el mejor jugador checoslovaco de la historia, elegido por la propia Federación checa.
Y es que hablar de este nombre, es hablar de una leyenda viva. Nacido en 1931 en la localidad de Strimice, Masopust representa aquella Checoloslovaquia que tocó el cielo llegando a la final del Mundial 62 en Chile. Aquel país que sorprendió al mundo con un jugador bandera que no dejaba indiferente a nadie, ni siquiera los rivales. «No es posible que naciera en Europa. Con esos quiebros tan explosivos, ¡tuvo que ser brasileño!», sentenció Pelé, un día, ya conocedor de lo malo que era tenerlo como rival.
«No importaba el rival, siempre destacaba», contaba Pluskal. «Nunca perdía el balón, hacía pases cortos o paredes hasta que se abría algún hueco y entonces despegaba… dejando atrás a uno, dos, tres contrarios con una velocidad de vértigo, sorteándolos primero por un lado, luego por el otro, como si fueran banderines en un campo de entrenamiento. Sencillamente era un jugador increíble». Sí, pocas veces las definiciones de compañeros quedan tan acertadas como con Masopust. Era uno de sus mediocentros todoterrenos que podía lavar los platos o tocar el violín, pero siempre con la mejor actitud, siempre con la mejor nota.
Primer jugador checoslovaco en ganar un Balón de Oro en 1962 (el otro es Pavel Nevdev en 2003) y segundo mejor jugador del Mundial de Chile tras Garrincha, si la historia le reserva un lugar a Masopust es por el enorme legado que ha dejado. Empezó jugando en el Teplice, pero pronto el Dukla de Praga se lo llevó a sus filas, donde estuvo 16 años al servicio jugando más de 386 encuentros en los que anotó 73 goles. Lo hizo antes de irse a Bélgica y convertirse en el primer nacional checoslovaco en salir fuera de sus fronteras para ir a fichar a otro club.
Eran tiempos duros, donde el Dukla estaba dominado por el Ejército y donde Masopust era el verdadero motor del equipo. Pases, goles, llegada, trabajo, prácticamente nada le faltaba a este todocampista que incluso llegó a alzarse con cuatro ligas checoslovacas y con un tercer puesto en la Eurocopa de 1960.
Y es que si algo le dio fama, fue su selección, esa con la que consiguió marcar un tanto en la final contra Brasil de 1962. Esa en la que se dio a conocer a medio mundo y le sirvió para ser proclamado ciudadano honorario de Praga, y esa en la que rubricó el eslálom de Masopust, una serie de regates en cadena con la que dejar sentado a todo cuanto rival salía al paso. Era Josef Masopust, simplemente, el mejor jugador checoslovaco de la historia.