Última actualización 27 mayo, 2022 por Alberto Llopis
Retornando a la terrorífica normalidad de las tiendas llenas, los océanos plasticosos y las guerras televisadas, vuelven algunos hábitos como el trabajo presencial, la subida del Euribor o ver al Madrid clasificado para la final de la Champions League. Esta vez, dicen los nativos de Concha Espina, ha sido la más emocionante de la historia. Pasarse por la quilla al Qatar Saint Germain, al petrorublo blue, y finalmente, contradiciendo todos los axiomas del espacio-tiempo, al Emirato de Pep, con una remontada en tres minutos que parecieron no estar ocurriendo más allá de nuestras propias mentes, son sucesos paranormales que necesitan de una explicación.
Según Diego Chula, un modisto madrileño-hanoita, vikingo e inteligente como Modric en espacios reducidos, todo se explica por la teoría de los escudos: las camisetas pesan, y ese peso te abalanza hacia la victoria. Da igual que pongas a los mejores jugadores, las tácticas más brillantes y al entrenador más visionario si delante no hay un escudo que lo soporta y arrastra todo. Por el contrario, si juntas a cuatro matados castigados por la vida y les enfundas una malla histórica, sea del Bayern, del Liverpool o del Madrid, sus opciones de victoria se multiplican por mil. Por eso, y siempre basándonos en el paradigma de Diego, un reducidísimo número de equipos concentran la mayoría de finales y de títulos a lo largo de la historia.
Hasta ahora, debo decir, la teoría me parecía una castaña. Estaba seguro de que una vez iniciado un partido, los futbolistas iban a por todas, creyéndose los mejores y sintiéndose capaces de ganar a cualquiera, lleven la camiseta que lleven. Quizás, y esto es básico, porque soy del Racing de Santander, y llevo años viendo ese escudo manchadito de barro y sin pesar demasiado por los campos de Segunda B.
Sin embargo, este año, la teoría de Diego parece verdad. El escudo del Madrid pesa toneladas. Su franja morada y republicana, que nunca fue de Franco ni de los galácticos, sino de Paquita y José, humildes vecinos de Cuatro Caminos y socios del Madrid desde que Bernabéu echara a Millán Astray del estadio, se cree invencible. No se trata de ser el mejor, ni siquiera de sentirse el mejor, lo decisivo es que los demás, tus rivales, vean el escudo en tu pecho y asuman que gane quien gane, tú eres el mejor. Y ahí, en ese cruce de miradas al corazón, el Madrid es un tsunami.
Una ola gigante, imparable, que por mucho que intentes surfearla, acaba engulléndote con sus centros a la olla, los pases filtrados a un hueco que nunca existió, y las segadas en modo arado haciendo surco en el césped, para hacer levitar a un público en baile de San Vito permanente, mientras el comentarista se desmaya de la emoción y el entrenador del equipo contrario se resigna a caer sin tener ni puñetera idea de cómo parar a un equipo cuyo única estrategia es ganar.
En cualquier caso, diga lo que diga Diego, y pese lo que pese el escudo, aquí todos nos estamos flipando un poco con lo del ADN madridista. Porque equipos con fe ciega en la victoria los ha habido a patadas: el Atleti de Kosecki levantaba los partidos al Barsa de Cruyff y Romario en quince minutos, y años después, eran Nazario y Pizzi quienes arruinaban los cuatro goles de Pantic en el Camp Nou. En 2005, el Liverpool fue el único que siguió creyendo poder conquistar Estambul mientras Maldini ya estaba levantando la Copa, y más recientemente, era el sublime ADN Neymar quien la colgaba para que Sergi Roberto hiciese lo imposible; y como estas, miles de remontadas, confirmando que creer hasta el final no es copyright del Madrid, que la misma Juventus también tiene como lema “Hasta el Final”, aunque luego les elimine el Villareal sin casi despeinarse. Somos nosotros, los aficionados, los que creamos y hacemos crecer estas ideas, porque nos gusta, porque nos interesa, como en otros ámbitos de la vida, donde el escudo en la heráldica familiar, el estatus y el linaje determinan tu vida, pero por mucho que una buena educación y una buena herencia te faciliten hacer cosas guapas, también es importante que los demás te crean capaz de lograrlas.
Aparte, y por encima de todo, esto es solo fútbol, la droga más común, una fiestecita de lo banal que nos hemos montado para degustar el sabor de la gloria. Solo eso. Ninguno de los jugadores a los que animamos nos han animado a nosotros nunca. Tampoco el escudo siente nada por nadie, pero decidimos amar a un trocito de tela para poder sentirnos parte de algo más grande que nuestra propia existencia. Por eso, creo yo, nos da tanta vergüenza confesarle a alguien ajeno al fútbol lo vital y necesaria que nos es la Champions, porque cuanto menos importante es, más nos da de vivir.
Le quería contar todo esto a Diego, porque siempre me ha gustado compartirle las cosas emocionantes de la vida, las canciones de Chico Buarque, los goles de Karim y de Rodrygo. Además, este sábado cumplo cuarenta y acabo de ser papá, así que necesito creer en su teoría de las camisetas para que el Madrid me regalé un día fascinante. Pero no voy a poder. Hace poquito, o muchito, ya no lo sé, porque cada día duele igual, Diego se nos quedó tendido en el terreno de juego. Le pesaría mucho el escudo, puede ser, pero a mitad de pachanga se le paró el corazón. Y ahí morimos un poco todos.
Todos menos su teoría, que cobró vida, y entonces sus amigos empezamos a creérnosla más que nunca y a mencionarla con otra gente como si fuera nuestra, y la cabrona empezó a sentirse la mejor teoría del mundo para explicar lo que le estaba pasando a este Madrid de Carletto, donde Benzema es Zeus y Courtois parece Poseidón, donde los minutos finales convierten a los jugadores en seres mitológicos, y las mentiras más grandes de la historia: el ADN Real Madrid, el 11-S, o el microchip de Kill Gates, se convierten en verdades absolutas, indiscutibles. Probablemente, es la vida, que se siente tan avergonzada de su propia crueldad, que no ha encontrado mejor forma de pedir perdón a Yaguito, el hijo pequeño de Diego, que regalarle esta Champions, y así poder subir a la Cibeles para recordarnos la importancia del escudo en la camiseta.