Miguel Layún, el ejemplo de Córdoba

Última actualización 6 abril, 2024 por Alberto Llopis

Un claro y rotundo ejemplo de superación personal y profesional es, sin lugar a dudas, el mexicano Miguel Layún. Si hace apenas 4 o 5 años a los aficionados al fútbol en México nos hubiesen asegurado que el nacido en Córdoba, Veracruz –el 25 de junio de 1988– estaría en 2016 no solo jugando sino brillando en Europa, tasado en 6 millones de euros y convertido en pieza vital de uno de los equipos más conocidos de ese continente, y además en un digno representante del deporte nacional, lo habríamos tomado a broma y seguramente nos habríamos desternillado de risa tan solo al imaginar dicho panorama.

Y es que antes de 2012, el lateral o mediocampista era un suceso en las canchas, pero no por su brillantez en el manejo del balón, sino por el contrario, por su torpeza con él en los pies y por sus continuos errores –en perjuicio de su equipo– y su escasa productividad. Todo mundo se preguntaba cómo es que el Atalanta, de la cotizada Serie A italiana, lo había tenido en sus filas en la temporada 2009-10, aunque su paso por el país de la bota fue casi anecdótico, obligándolo a volver a México.

Yo fui uno de sus más severos críticos y no pocas veces lo llamé “picapiedra” por su nula técnica individual, y pregunté qué hacía en 1ª. División un chico que tenía tan evidente limitaciones primarias para la práctica del balompié profesional. Corría en ese entonces la versión (jamás comprobada oficialmente, por cierto) de que su padre era un próspero e influyente empresario veracruzano que cobraba favores políticos y/o económicos al club América –o a Televisa, su propietario– y por eso mantenía la titularidad a rajatabla.

Fue entonces que surgió la frase –que hasta se hizo hashtag en redes sociales, posteriormente– con la que se le relacionó e identificó durante años: “todo es culpa de Layún”. Numerosos “memes” y reportajes en serio y en broma  salieron a la luz en su honor, siempre burlándose de sus condiciones técnicas.

Incluso otro punto positivo que “desnuda” su personalidad, es que en la etapa más aguda de reclamos, donde en redes sociales abundaban no solo críticas (con razón o sin ella) sino insultos soeces hacia él, supo mantener la ecuanimidad y nunca se enredó en disputas con sus detractores, ni en Twitter ni en Facebook, mostrando pleno respeto a la opinión del aficionado común, hasta del más grosero.

Pero por allá de 2013, Miguel comenzó a mejorar sustancialmente su juego, y no me cabe la menor duda que eso fue por obra del esfuerzo diario, quedándose a practicar horas extras después del entrenamiento, puesto que sus principales errores provenían de su limitado golpeo de balón.

Resultó campeón de Liga con el América en mayo de ese año, correspondiéndole precisamente a él –por ironías del destino– el derecho y el honor de decidir el título en la final ante Cruz Azul, que tuvo que decidirse en serie de penaltis de manera emocionante y bajo un torrencial aguacero que le añadió más dramatismo al momento, después de que las Águilas se habían quedado con 10 jugadores casi desde el inicio del duelo.

La famosa frase “todo es culpa de Layún” cobró mayor vigencia entonces, puesto que su disparo fuerte y al ángulo inferior derecho de la portería rival, no solo hizo campeón a su equipo sino que le dio la razón al entrenador Miguel Herrera (uno de sus mayores defensores e impulsores, y quien después lo llevaría a la Selección y al Mundial Brasil 2014), dejando atrás la gris etapa de sus constantes errores técnicos y tácticos.

El año de la Copa del Mundo fue de ensueño para el veracruzano, puesto que no solo asistió como titular indiscutible en el Tricolor a la cita en tierras sudamericanas en junio, sino que en diciembre consiguió un nuevo cetro liguero con las Águilas, ahora sí siendo figura determinante en el esquema de Antonio Mohamed, logro que lo proyectó en el mercado invernal al Watford (de la Championship inglesa, o sea, 2ª. División), con un contrato por 4 años y medio.

Hasta en esta decisión el defensa recibió críticas: buena parte del americanismo, que ya lo había “perdonado” por sus errores primeros y lo tenía como uno de sus favoritos, lo denostó puesto que dejaba a la escuadra azulcrema como campeón y con amplias posibilidades de revalidar el título, y además siendo el segundo capitán, para exiliarse en un futbol “segundón” y –se creía– con escasa proyección.

Sin embargo, media temporada le fue suficiente al jugador cordobés para posicionarse en Europa, ya que logró el subcampeonato y el ascenso a la máxima categoría con el Watford. Y apenas debutó con este equipo en la Premier League ya se hizo notar, al conseguir su primer tanto en el debut del equipo, en agosto de 2015. El Porto ya le tenía “echado el ojo”, y en pocas semanas acordó con los Hornets el préstamo del mexicano por solo 500 mil dólares, con opción a compra, y hoy en día la inversión de los Dragones está más que justificada.

Hasta el momento, Layún cuenta con 16 asistencias en lo que va de la temporada 2015-16 (22 jornadas) y de esa manera es junto con el alemán Mesut Özil el líder en el Viejo Continente en este rubro (por encima de figuras consagradas como Ángel di María, Kevin de Bruyne o Neymar), aunque cabría sumarle 2 pases de gol más en la Champions League, y además ha marcado 2 anotaciones en la Primeira Liga y otra más en el torneo europeo.

Con la peculiaridad de jugar normalmente como lateral izquierdo, a pesar de ser diestro, el cordobés se ha ganado rápidamente el cariño de la afición lusa y el respeto de la prensa mundial, que ya habla de que el Porto hará efectiva la opción de compra con el Watford (previo desembolso de 6 millones de euros) o de su posible paso a un equipo de la poderosa Bundesliga alemana.

Sea lo que sea que le depare el futuro a Miguel, es un hecho que su éxito reciente, su ejemplo de superación y esfuerzo, con sus actitudes dentro y fuera de la cancha, lo convierten en un garbanzo de a libra dentro del conformista y mediocre común denominador del futbolista mexicano, que no se distingue precisamente por su dedicación y entrega a una profesión que les da todo y por el respeto hacia quienes mantienen y dan vida al espectáculo del balompié: el espectador.

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