Última actualización 5 abril, 2024 por Alberto Llopis
En 1985, una catástrofe sacudió, no solo a la Ciudad de México, sino a los corazones de millones de habitantes en el país. Aquel jueves trágico, la capital apenas se levantaba para iniciar las actividades cotidianas cuando un terremoto, de magnitud 8.1 grados en la escala de Richter con epicentro en las costas Guerrero, sorprendió a propios y extraños, en centros de trabajo, en las calles, en escuelas y en miles de hogares. Según conteos no oficiales, la cifra de muertos superó los diez mil, y los daños materiales provocados a la metrópoli se cuantificaron en millones de dólares.
El terremoto de 1985 en México amenazó seriamente el Mundial
El centro de la ciudad fue uno de los más golpeados y se destacó por encima de mucho, lo ocurrido con el derrumbe del Hospital Juárez, en donde no sólo murieron decenas de pacientes y personal del nosocomio, sino que muchos bebés perecieron y otros tantos, lograron sobrevivir, en un milagro sin precedentes. En este contexto, el deporte se vio afectado. Se utilizó el parque de béisbol del Seguro Social como anfiteatro para los cadáveres; se suspendieron competiciones deportivas de fin de semana y futbolistas como Daniel Alberto Brailovsky huyeron del país ante el temor de las réplicas del sismo.
Al mismo tiempo se hallaban activos los preparativos para la Copa del Mundo de la FIFA, México 1986. Faltaban escasos ocho meses para el silbatazo inicial y era obligado pensar en una reestructura en la organización de la justa. Ya un tiempo atrás, a finales de 1982 se había reubicado el Mundial que originalmente estaba destinado para realizarse en Colombia. La falta de desarrollo y los nulos avances en las obras obligaron a un cambio de sede. El compadrazgo entre Havelange y Guillermo Cañedo, vicepresidente de la FIFA en aquellos años, fue vital para otorgar la sede a México, que tampoco se caracterizaba por una gran economía, ni mucho menos por una infraestructura de primer nivel, derivadas de un periodo de recesión en el sexenio anterior, del cual, la nación aún no lograba recuperarse al máximo.
El terremoto vino, no solo a lastimar los sentimientos de muchos, sino que también estuvo por afectar las ambiciones de otros. A pocos días de sucedida la tragedia, inmediatamente se pensó en una sede emergente. Alemania fue el primer candidato, y era lógico que se modificara el calendario. Sin embargo, Cañedo viajó a Suiza para defender sus intereses. Ya tenía firmados contratos millonarios con los socios comerciales de la FIFA, muchos de los cuales patrocinaron el evento por más de seis mundiales, y algunos de ellos aún persisten. Por lo tanto, no podía dejar caer una “auténtica mina de oro”.
Una frase de Cañedo que tristemente pasó a la posteridad fue aquella de “Podrá caerse la ciudad, pero los estadios para el Mundial siguen en pie”. Esta actitud no solo fue rechazada por buena parte de la sociedad mexicana, sino también de la escena internacional. Rob Hughes, articulista del International Herald Tribune, publicación perteneciente al The New York Times, comentó que el fútbol se hallaba literalmente en el “epicentro”. Cuestionó si realmente el Mundial representaría para México una ayuda o una carga.
Confrontó además la postura de Henry Cavan, Vicepresidente Senior de FIFA, quien propuso posponer el inicio de la Copa. La otra versión fue la del propio Cañedo, quien refutó a Cavan bajo la premisa de que el daño a la Ciudad de México había sido exagerado por las noticias, añadiendo que en otras ciudades, el temor era mayor que el daño provocado por el sismo.
Finalmente el Mundial se pudo celebrar
Ocho meses después, y con un poder de decisión más fuerte, se cumplió el propósito de Cañedo. Inició el Mundial 1986, en la grama del Estadio Azteca, aquel mítico escenario que no llevó el nombre del directivo 13 años después, sino que también vio pasar el gol de tijera de Manuel Negrete, el “Gol del Siglo” de Maradona, “La Mano de Dios”, y la culminación de uno de los mejores mundiales de la historia en cuanto a lo futbolístico.
Este inmueble también fue testigo de la rechifla que el respetable dio al entonces presidente de la República, Miguel de la Madrid, y por supuesto a Guillermo Cañedo de la Barcena. Así, la tragedia que representó un dolor de cabeza para los jerarcas de FIFA fue acallada con las voces del Mundial, pero no así por el pueblo mexicano, que a 29 años, sigue recordando con triste frescura el terremoto, como si las heridas no hubiesen cerrado.