Última actualización 15 octubre, 2013 por Julio Muñoz
En 2002, China ya era una potencia emergente. El país más poblado del mundo con más de 1.000 millones de habitantes comenzaba a dar que hablar a todos los niveles. Económicamente, su economía subía como la espuma, la libertad empezaba poco a poco a ganar terreno en una sociedad cerrada de por sí y deportivamente, con la vista puesta en los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008, el país conseguía algunos retos impensables tiempo atrás, como récords del mundo en natación y atletismo, sacar jugadores NBA o incluso clasificarse por primera vez en la historia a unos Mundiales de Fútbol, los de Corea y Japón 2002.
Con tantos millones de habitantes, eran muchos los que auguraban que en poco tiempo China se convertiría en un gigante también futbolístico. Habían no pocos empresarios dispuestos a pagar dinero para traer estrellas, las televisiones se hacían eco de las principales ligas europeas y cada vez eran más los niños que querían darle al balón con los pies y no con la raqueta del tenis de mesa o de badminton.
Sin embargo, once años después, nada de eso parece haberse confirmado. Más bien al contrario. China sigue con una única clasificación a un Mundial, ese del 2002 en la que fue incapaz de meter un gol y donde tal vez asistió porque en su fase de clasificación no estaban ni Corea ni Japón, clasificados como anfitriones entonces. La Superliga no avanza y apenas acuden espectadores a los partidos. La selección está estancada y la cantera aún peor. Las causas, muchas, entre ellas:
– El interés por el fútbol: no hay que engañarse. En China el fútbol no ocupa un lugar importante. Ping-Pong, badminton, natación están entre las preferencias. El fútbol se sigue, pero poco y principalmente el extranjero.Y tampoco, hay que engañarse. La Premier o la Liga apenas tienen aceptación más que una pequeña parte de la población como así lo confirman las bajas audiencias. A nivel, local, se han visto partidos de la máxima división china con menos de 100 espectadores.
– Hay corrupción, amaños y apuestas. Los escándalos rodean al fútbol chino. Ha habido probadas muestras de compra de partidos, de amaño de encuentros y de directivos corruptos que amenazan la competición. Hasta el Gobierno ha tenido que intervenir en ocasiones intentando que las aguas no salieran de cauce.
– Pobres instalaciones: las instalaciones son escasas lejos de las grandes ciudades y jugar al fútbol no siempre es fácil. Los entrenadores buenos están en la élite, pero abajo la cosa cambia. Mientras arriba, José Antonio Camacho llegó a ser uno de los seleccionadores mejor pagados del planeta (11,4 millones de dólares por temporada), abajo la base no se cuida. Llegan algunos técnicos extranjeros pero la cultura, el idioma y un sinfín de barreras les dificulta trabajar en la dirección adecuada.
– Nivel táctico bajo: tácticamente, los equipos chinos dejan que desear. Suelen ser organizados defensivamente, pero a la hora de crear y abrir líneas les cuesta mucho. Una vez los jugadores salen de sus posiciones se pierden, y así es difícil lograr algo en un mundo tan competitivo. Ello es culpa en parte a la dificultad que encuentran los futbolistas chinas para salir de su país y probar en otras ligas.
– Bajo nivel de vida: China está en claro progreso pero aún la mayoría de su población tiene que trabajar mucho y desde niños para lograr sobrevivir. Apenas hay tiempo para jugar y menos al fútbol. Todo ello complica mucho más la situación.
El año pasado China sufrió su peor goleada de la historia por 8-0 ante Brasil. Sin un seleccionador definido tras la salida de Camacho es el momento de definir el rumbo que quiere. De su lectura de futuro, dependerá hacía donde va el país más poblado del mundo.