Última actualización 8 diciembre, 2022 por Alberto Llopis
«Yo trabajo para ser el mejor, que es muy distinto a decir que lo soy. Y si alguna vez lo siento, ni loco lo voy a hacer público”. Esa frase denota humildad, sencillez, rigor profesional. El protagonista es Ubaldo Fillol, uno de los mejores porteros de la historia del fútbol y con alta seguridad, el mejor arquero que ha dado el fútbol argentino después de Amadeo Carrizo.
Un mito de la portería albiceleste, campeón del mundo en 1978, mito en River Plate y un guardameta muy seguro, sobrio, de enormes reflejos, descomunal potencia en sus piernas que en su día era la garantía de cualquir defensa. Nacido en San Miguel del Monte un 21 de julio de 1950, hablar de Fillol es hablar de un antes y un después en la portería en Argentina.
Con 19 años ya había debutado en Primera División con el Club Atlético Quilmes, club en el que estaría hasta 1972 cuando sería traspasado a Racing de Avellaneda, donde tan sólo estaría una temporada, pero donde lograría detener seis penaltis (récord de la liga aún) antes de ser fichado por River Plate, el equipo de su vida y en el que pasaría los siguientes diez años de carrera, los mejores, sin duda.
“Cuando firmé en River mi viejo estaba chocho, era hincha fanático de esos colores. De chico me había comprado una alcancía, con un tipo millonario que tenía un habano en la boca…” así describió su pase al cuadro «millonario» donde no tendría un fácil estreno debido a la competencia con Perico Pérez, portero con el que compartiría titularidad en la primera temporada, pero no que no le sería óbice para ir convocado como tercer portero al Mundial de Alemania 74.
Sería ya con la entrada de Ángel Labruna en 1975, cuando Fillol se consolidaría como el gran portero que fue. Excelente en la media distancia y seguro en los balones aéreos, sus ochos años siguientes en River fueron estupendos, permitiéndole ir a los Mundiales de 1978 y 1982. Precisamente, sería el de Argentina, el punto de inflexión de su carrera. Su enorme aportación le permitió ser el mejor arquero del mundo esa temporada y coronarse campeón del mundo en casa.
Con siete títulos debajo del brazo en 1983 sería «echado» literalmente de River para ir a Argentino Juniors. “Lloré mucho cuando me fui, por tristeza y por impotencia. Se cometió conmigo una terrible injusticia. Aragón, como autoritario que era, pretendió suspenderme de por vida. Por eso nunca voy a olvidar el gesto de Julio Grondona, que abrió el libro de pases por cuarenta y ocho horas, para que yo pudiese arreglar mi situación; sino quedaba colgado. Angelito Labruna estaba en Argentinos Juniors y me recibió con los brazos abiertos, como siempre”. De esta forma relataba su pase el inicio de una nueva etapa que lo llevaría posteriormente al Flamengo brasileño, e incluso al Atlético de Madrid, antes de en 1986 volver al Racing.
Tres años en Avellaneda que serían el prólogo final a su carrera, que concluiría en 1990 en Vélez-Sarsfield. Ese año, decía adiós el último gran portero que ha tenido Argentina. Un héroe, un mito.