Última actualización 24 octubre, 2024 por Alberto Llopis
La Brasil del 82 fue uno de los equipos que mejor jugó al fútbol de momento. Se suele decir que la historia solo recuerda a los campeones. Que los derrotados son los grandes olvidados y que pasado el tiempo, nadie se acuerda de ellos. Mentira, totalmente, falso. El fútbol suele hacer memoria de aquellos que han innovado, que han revolucionado o aportado algo nuevo al deporte. Si no fuera así, nadie se acordaría de la Hungría del 54, la Holanda del 74 o sobre todo de Brasil del 82. Equipos que pasaron a la historia de las Copas del Mundo por el fútbol que desplegaron en esos torneos.
La Brasil del 82, el equipo que lució en el Mundial de España de 1982
Lo hizo en el Mundial de España 1982, en un campeonato mundial que parecía estar predestinado a la canarinha. En un campeonato donde aparecían como claros favoritos (y posiblemente únicos), la mala suerte y el espíritu de lucha italiano mandaron al limbo a una constelación de estrellas que brillaban en conjunto como nadie más lo ha hecho. Ni siquiera la Brasil del 70 de Pelé.
Para analizar lo que suponía la Brasil del 82, habría que centrarse en su entrenador Telé Santana. Elegido por la mayoría como el mejor seleccionador de la historia de Brasil, su concepción de fútbol estribaba en un juego ofensivo de toque y llegada, donde la defensa era accesoria al ataque. El objetivo era marcar antes de que te marcaran. En otras palabras, era la expresión por excelencia del «jogo bonito».
Esa plasmación teórica se llevó a cabo a las mil maravillas en el terreno de juego. Laterales ofensivos dignos de ser la estrella en cualquier equipo de talla mundial como Leandro y Junior empezaban la base desde la defensa. Sus continuas llegadas e incorporaciones eran una constante incontrolable para cualquier equipo. Tanto es así, que Junior era la estrella del gran Torino de principios de los 80. La alineación de la Brasil del 82 era una auténtica gozada.
La magia de la Brasil del 82
En el centro del campo, Sócrates, Zico, Falcao y Toninho Cerezo resultaban imparables. Podían generar fútbol de mil formas distintas, pero siempre con belleza, con creatividad y sobre todo fantasía. Nunca una jugada debía repetirse. Su versatilidad y movilidad les hacían además impredecibles. Jamás se sabía por donde iban a salir. A todos ellos, les acompañaba además una terrible llegada y presencia física.
Quizás arriba estuvo el gran lunar de esta selección. Serginho respondía al prototipo de jugador alto y tosco pero para nada rematador. De esta forma, las jugadas creadas por laterales y centrocampistas tenían dificultades para ser rematadas ya que faltaba un 9 puro de calidad con gol.
Esa y la defensa fueron posiblemente las dos grandes causas de la derrota de Brasil en España 82. Tras una fase previa con victorias convincentes contra la URSS (2-1), Escocia (4-1) y Nueva Zelanda (4-0) y una segunda ronda con una primera victoria ante la Argentina de Maradona por 3-1, los brasileños se jugaban el pase a semifinales con Italia.
Y a pesar de bastarles el empate, decidieron no traicionar su estilo. Craso error y más cuando se juega contra los «azurri». Un criticado Paolo Rossi con un hattrick mandó a casa a los brasileños en un emocionante partido disputado en Sarrià que acabó con victoria italiana por 3-2.
Esa derrota mostró las dos principales carencias brasileñas: la falta de gol y la debilidad defensiva. Fueron los dos únicos peros a una obra de arte que nos dejó para siempre el paradigma de fútbol bonito basada en toque, desborde, originalidad, creatividad y llegada. Fue el fútbol imperfecto más perfecto jamás visto.