Última actualización 23 noviembre, 2013 por Julio Muñoz
Justamente hace un día hablábamos de la rivalidad enérgica que han vivido, viven y vivirán Sevilla y Betis. Uno de los capítulos que mejor reflejan la tensión entre los dos conjuntos se vivió a mediados del siglo XX de la mano de Francisco Antúnez, un mediocentro pretendido por ambos bandos y que provocó un auténtico terremoto no sólo deportivo sino social.
Para los más jóvenes, Antúnez nació un 1 de noviembre de 1922 en Sevilla y desde bien pronto empezó a formar parte de las filas sevillistas hasta que siendo juvenil decidió cambiar de aires y aceptar fichar por el eterno rival, el Betis, equipo que había descendido a la Tercera División, que vivía una enorme crisis económica, pero que le aseguraba minutos de la mano del presidente Eduardo Benjumea, presidente con poco poder y a la sombra realmente de los vicepresidentes Carlos Hernández y Alfonso de la Torre.
Poco a poco, la llegada de Antúnez supuso un revulsivo al equipo verdiblanco, ya que rápidamente empezó a demostrar su categoría y su calidad en el medio del campo. Así pues y ante la persistente debilidad monetaria del Betis (que tenía serios problemas hasta para viajar), el Sevilla iba a realizar una oferta de 80.000 euros por el jugador (cifra importante) , que en un principio iba a ser aceptada por los vicepresidentes (el presidente estaba ausente), pero que iba a suponer sin quererlo, el inicio de un verdadero culebrón.
Un culebrón, porque rápidamente la opinión pública bética iba a montar en cólera acusando al jugador de traidor y amenazándolo verbal y físicamente, tanto que incluso estando ya convocado con el Sevilla debía apearse en una estación diferente a la del resto de la plantilla para no recibir críticas airadas de sus antiguos seguidores, que incluso iban en ocasiones más allá de lo debido.
Un caso verdaderamente desproporcionado que se iba a salir aún más de tiesto cuando el presidente bético, Benjumea, iba a desautorizar para sorpresa de todos la firma de sus dos vicepresidentes, e iba a pedir (cuando la liga ya había acabado, el Sevilla había vencido la Liga y Antúnez había disputado sus diez primeros partidos con el club de Nervión) la intervención del Delegado Nacional de Deporte, el general Moscardó, hombre de confianza del régimen franquista y encargado de resolver los conflictos deportivos al más alto nivel.
Un general que dictaba para la sorprendente noticia de devolver al Betis al jugador invalidando todos los mecanismos de funcionamiento de las
Federaciones andaluza y española, que observaron total transparencia y legalidad en el fichaje del jugador al Sevilla FC y que provocó como consecuencia de ello la dimisión conjunta de los directivos de ambas federaciones, del Comité Técnico de árbitros y la junta directiva del Nastic de Tarragona en solidaridad por la injerencia habida y por el escándalo que se presentaba.
Una situación atípica donde el franquismo de nuevo entraba en el fútbol y donde muchos entendían tal decisión como una manera de atenuar la victoria sevillista en la Liga de 1946, curiosamente el único campeonato conquistado en su historia. Los béticos, además, reclamaron que se le quitaran al Sevilla los puntos obtenidos con Antúnez y se desposeyera al vecino del campeonato liguero, cosa que finalmente, sin embargo, no ocurrió para suerte de unos y desgracia de otros.
*La historia hemos tratado de contarla de la forma más objetiva posible dentro de la subjetividad que entraña el ya de por sí narrar un suceso como el contado. En cualquier caso, es posible que si lean el mismo caso en foros o páginas de simpatía bética o sevillista, éste pueda variar sustancialmente de lo ocurrido.