Última actualización 29 junio, 2024 por Alberto Llopis
La victoria de Grecia en la Eurocopa de 2004, fue el triunfo de la constancia, del sacrificio, de la lucha, de la fe, pero ante todo, fue la sorpresa más grande que se ha dado en una gran competición de fútbol. Ni el Maracanazo, ni el Centenariazo, ni aquellos modestos equipos de categorías inferiores que, de repente, se meten en una final de Copa. Esta vez, todo fue más grande, más sorprendente.
Y la protagonista, no fue otra que la selección griega de fútbol. Y el escenario, la Eurocopa de Portugal de 2004. Se podría decir que hubo un poco de suerte, pero no fue el caso. Ganó a los mejores. Se podría añadir que tal vez gozó de la mejor hornada de futbolistas, pero sería faltar a la realidad, puesto que dos años después ni siquiera se clasificó para el Mundial de Alemania 2006.
Eurocopa 2004: El triunfo de Grecia es la mayor sorpresa en la historia del torneo
El caso es que Grecia avisó antes de comenzar la Eurocopa. Un sábado 7 de junio de 2003, en la Romareda de Zaragoza dio el primer susto al derrotar a España por 0-1 , infringiendo la primera derrota de la «Roja» como local en 12 años.
Los entendidos lo achacaron a la mala suerte española que no supo encontrar portería ante un planteamiento ultradefensivo. Pero lo cierto, es que Grecia, pasó directamente como primera de su grupo en la fase de clasificación a Portugal, mientras que España anduvo de jugar la repesca.
Encuadrada dentro de un grupo aparentemente duro con Portugal, España y Rusia, los griegos llegaban a la Eurocopa como la cenicienta de Europa y el rival adecuado para cualquier selección. Sin embargo, nada hacía presagiar lo que iba a ocurrir.
Dirigidos por el experto entrenador alemán Otto Rehhagel, tuvieron el honor de inaugurar la Eurocopa. Y lo harían a costa de arruinar la fiesta a la anfitriona y una de las grandes favoritas, Portugal. que contaba con jugadores de la talla de Cristiano Ronaldo, Luis Figo o Nuno Gomés entre sus filas. Fue un 1-2 que, otra vez, muchos expertos achacaron a los nervios portugueses ante el debut en su competición. De nuevo, se equivocaron.
El segundo partido de los griegos les enfrentaba a España, la eterna aspirante. Un gol de Morientes parecía poner a los helenos con los pies en la tierra, pero Charisteas conseguía empatar en la segunda parte y dejar abierta las posibilidades de clasificación. En esta ocasión, era la presión que sufría España en los grandes eventos, el que restaba méritos a los griegos.
El papel de cenicienta se confirmaba en el tercer encuentro, donde Rusia ganaba a Grecia por 2-1, y solo una carambola, era la que ponía a los helenos entre los ocho mejores, que tan solo habían conseguido ganar un encuentro y pasaban con tan solo 4 puntos a los cuartos de final.
Francia debía ser el escalón definitivo. El lugar de parada. Zidane, Henry o Trezeguet eran demasiado para un equipo que bastante había hecho con llegar aquí. Un planteamiento ultradefensivo y un solitario tanto de Charisteas bastaron en esta ocasión para eliminar a los galos, a los que las crónicas culparon de ser una selección envejecida.
Las semifinales llegaron y enfrente la República Checa. Un partido disputado, trabado, que de nuevo se saldo con un solitario gol en la prórroga. Esta vez, un central (Dellas) era el autor del gol que hacía que Grecia jugase por primera vez la final de un campeonato importante. Ver para creer debieron pensar muchos, que no obstante achacaron el pase a la gran final como más demérito checo que mérito heleno.
Y por fin, llegó el último partido, el decisivo. De nuevo, Portugal, con ganas de revancha. Esta vez si, los lusos se irían a vengar en la final y dejar el título en casa. De paso, eliminarían al antifútbol de una vez por todas. Pero no, no pudo ser. Otra vez, Grecia, su planteamiento arcaico y Charisteas dejaban a Portugal con un palmo de narices.
Acabado el campeonato, los expertos se rindieron a la evidencia. No, no había sido la suerte (habían ganado dos veces como visitante a Portugal) ni la casualidad, ni la mala puntería de otros. Simplemente ese grupo dirigido por Rehhagel y compuesto por Zagorakis (mejor jugador del torneo), Nikopolidis, Dellas, Kastouranis o Karagounis entre otros, era el mejor. Era la Grecia de 2004, fue la sorpresa más grande de la historia del fútbol.