Última actualización 8 diciembre, 2022 por Alberto Llopis
José Mourinho es hoy en día un técnico de moda. A sus 50 años, en su palmarés figuran 7 Ligas en tres cuatro países diferentes, 4 Copas, 4 Supercopas nacionales, 2 Copas de la Liga, 2 Champions y 1 Copa de la UEFA. Es decir, todo lo que se puede ganar a nivel de club a excepción de la Supercopa europea. Catalogado como un entrenador defensivo, sin duda, una de sus mayores fuentes de inspiración se encuentra en el protagonista de nuestro post, Nereo Rocco, o lo que es lo mismo, el inventor del catenaccio.
Nacido en 1912 en Trieste, cuando todavía formaba parte del imperio austrohungaro, Rocco es una figura clave en el fútbol italiano, por dotar de un sello a la mayoría de clubes italianos durante muchos años: el sello de defender a ultranza. Y es que aunque pocos saben que el catenaccio nació en Suiza en los años 30 y no en Italia, fue Rocco (originalmente se apellidaba Rock ya que su padre había nacido en Viena, pero durante el régimen de Mussolini se obligó a la italianización de los nombres y Rock se convirtió en Rocco) el que realmente lo llevó a cabo en el fútbol de élite. Y lo hizo en la temporada 46-47, cuando aún era jugador-entrenador del Triestina.
Huraño, tacaño, conservador, quizás llevar su filosofía de vida a los terrenos de juego y a decir verdad, la cosa le fue fantásticamente bien. Internacional únicamente una vez con los azurri, un Triestina que ocupaba las últimas plazas de la Serie A en esa temporada de 1946-47 con un juego alegre fue transformada radicalmente en un conjunto serio, ordenado donde los jugadores ocupaban sistemáticamente el trozo de terreno asignado y marcaban con gran escrúpulo a los rivales. Por supuesto, se daba el balón al rival y se esperaba en campo propio el momento oportuno para salir a la contra. Fue así, como consiguió llevar a la escuadra de Trieste a la segunda plaza un año después de coger el timón y como después de ciertas desavenencias con los directivos salir del club rumbo primero a Treviso en 1951, Padova después y AC Milan en 1961.
Precisamente, sería en el conjunto lombardo donde marcaría una era, tanto en su primera etapa (1961-63) como en su segunda (1967-73) o tercera (1976-77). Porque sería en la primera cuando conseguiría ganar un Scudetto y la Copa de Europa al derrotar en Wembley al Benfica de Eusebio. Un maravilloso ciclo para el «Patrón» que tenía un don especial: saber llevar unidos a los jugadores por un objetivo. Y es que si algo destacó de Rocco fue su tremenda personalidad, esa que le hacía especial con los jugadores a través de su archiconocido dialecto triestino, del cual era un fuerte reivindicador.
Con ese sombrero que en no pocas ocasiones le acompañó dotándole y acentúandole su tremendo carácter, tampoco su segunda etapa «rossonera» sería para olvidar. Porque tras un paso por el Torino de cuatro años, se haría con dos Scudettos más, una nueva Copa de Europa y una Recopa, además de una Copa Intercontinetal. Basado en un equipo de gladiadores y luchadores, el que no corría ni le obedecía apenas tenía hueco, salvo que ese fuera Gianni Rivera, su debilidad, la excepción que saltaba la norma. Y es que no en vano «Rivera era nuestro Stalingrado» que solía decir.
Único y genuino, su carrera como jugador apenas dejó huella. 287 partidos y 69 goles, principalmente en la Triestina, pero también en el Nápoles o Paldova. Quizás, porque su vida estaba destinada al banquillo, banquillo que dejó en 1977 levantando un nuevo Scudetto con el AC Milan en su tercera y definitiva etapa. Era sólo dos años antes de que en 1979 nos dejara por culpa de una cirrosis.
Enterrado con honores casi de jefe de estado en Trieste, su legado nos dejó una nueva forma de ver el fútbol, para muchos odiada, para otra válida como cualquier otra. Lo que está claro es que sin él, el fútbol no sería igual.