Última actualización 1 abril, 2014 por Alberto Llopis
Colgados por el Fútbol dirige su mirada a uno de los templos asiáticos por excelencia: el estadio Olímpico de Tokio, la catedral del fútbol nipón. El escenario futbolístico oriental más importante del mundo. Un lugar donde el fútbol se vive como una religión.
Pese a no ser el coliseo de ningún equipo de la liga japonesa de forma continua, este estadio ha sido sede de la Copa Intercontinental desde 1980 a 2001, o de la final de la Copa Emperador cada año, este estadio fue inaugurado el 20 de noviembre de 1958 con el objeto de servir de sede de los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964, que representaban el «milagro japonés» tras la devastadora II Guerra mundial ocurrida 20 años antes.
Con capacidad para 57.349 personas en la actualidad y pistas de atletismo alrededor del terreno de juego, la primera gran cita de relevancia internacional acogida por este majestuoso estadio fueron las citadas olimpiadas, lugar donde Hungría conseguiría nuevamente un oro olímpico al imponerse a Checoslovaquia por 2-1. Además, el estadio fue testigo del último relevo de la antorcha olímpica, llevada a cabo por el bebé de Hiroshima, nacido el mismo día que lanzaron sobre la ciudad japonesa la bomba atómica.
Sin embargo, la repercusión internacional del estadio vendría en la década de los 80, cuando el estadio paso a albergar la Copa Intercontinental a partido único que disputaban el campeón de Europa y el de la Copa Libertadores. Bajo este formato, el estadio fue testigo de la presencia de los mejores equipos y estrellas del mundo. En 1985, la Juventus de Platini y Laudrup protagonizaron la que para muchos ha sido la mejor final de la Copa Intercontinental jamás jugada, final que acabaría con el triunfo italiano en los lanzamientos desde el punto de penalti.
Tres años después, era el Peñarol de Montevideo el que se alzaba con la Copa ante el PSV Eindhoven de Romario con una emotiva tanda de penaltis que incluyeron 20 lanzamientos llenos de tensión y pasión. Todo ello, después de 120 minutos de constantes cambios en el marcador y en el juego. En 1989 y 1990 sería el Milán de Sacchi el que deslumbraría al público nipón en las gradas del estadio Olímpico. Dos títulos que servían para confirmar al equipo italiano como uno de los referentes del fútbol mundial.
En 1991, el estadio Olímpico vivió uno de sus mejores momentos. La celebración del campeonato del mundo de atletismo sirvió para ver en el recinto a los mejores atletas del momento. Ocasión que permitió ver el récord del mundo de salto de longitud de Mike Powell (todavía hoy vigente con 8 m,95 cms) en una tremenda final con Carl Lewis. Precisamente, el «hijo del viento» sería el gran protagonista del evento al hacerse con el oro olímpico en los 100 metros, en la denominada carrera del siglo, donde seis atletas consiguieron bajar de los 10 segundos.
Un año después, otro emblema del fútbol, el Dream Team de Cruyff visitaba el recinto nipón, aunque sin demasiado éxito, pues el Saô Paulo de Raí y Cafú le derrotaría en la final por dos tantos a uno. Título que reeditaría un año después al derrotar en una gran final al AC Milan de Capello.
En 1998, Raúl se convertiría en el gran protagonista de las final, al marcar su famoso gol del «aguanis» al Vasco de Gama. La jugada todo un prodigio de inteligencia y clase servía para encumbrar al 7 blanco en lo más alto del fútbol. No tan bien le irían las cosas al conjunto blanco, que dos años después caía ante Boca Juniors con unos deslumbrantes Juan Román Riquelme y Martín Palermo como verdugos.