Última actualización 9 diciembre, 2013 por Julio Muñoz
Llora desconsoladamente Brasil. Lo hace especialmente su ciudad más emblemática, Río de Janeiro, pero también todo el país. Lo hace por tres cosas que nunca debieron ocurrir. Lo hace porque se ha confirmado el descenso del Fluminense, uno de los históricos, lo hace también porque Vasco da Gama ha seguido sus pasos, pero sobre todo, porque la violencia sigue instaurada en los estadios a seis meses vista del Mundial.
Quizás, a nivel deportivo, lo más triste sea el descenso de uno de los grandes de siempre, el Fluminense, el segundo conjunto de Río con más títulos del fútbol brasileño con 31 campeonatos cariocas y cuatro Brasileraos. El equipo de las clases altas, el equipo que ha tenido el «dudoso» honor de bajar catorce años después a la segunda categoría del fútbol brasileño pese a haber ganado el título -que extraña paradoja- esta misma temporada. Un grande, un gigante del fútbol por donde han pasado grandes como Ademir, Deco, Telé Santana, Jorginho, Romário, Julio César o los actuales Wagner Love o Fred, que ahora habrá de plantearse su vuelta a la élite.
Está triste también Brasil por Vasco da Gama, otro de los clásicos que vuelve al abismo de la Serie B. 22 campeonatos cariocas, cuatro Brasileraos y también cientos de jugadores famosos como Roberto Dinamite, por supuesto también Romário, Juninho Pernambucano, Bebeto, Moacir Barbosa , Ricardo Gomes o Felipe Loureiro. Mucho nombre para un club fuerte que deja a Río sin dos piezas claves en su lucha por demostrar que es más fuerte que Sao Paulo.
Pero llora, sobre todo, porque la violencia sigue sacudiendo a los estadios. La última muestra en el Atlético Panaerense-Vasco da Gama. Un partido vital para los visitantes que fue interrumpido en el descanso por la pelea entre las dos aficiones, que nos dejó imágenes sangrantes de peleas entre ambas hinchadas y donde tuvo que intervenir la policía con helicóptero y todo en el césped después de que el equipo local (sancionado en su día por incidentes su estadio de Curitiba) cometiera la torpeza de jugar en la localidad de Joinville sin contratar siquiera seguridad privada.
Malas noticias para un país que con el Mundial a la vista el próximo mes de junio ha pasado en escasos meses de ser una potencia emergente a ser un estado donde la improvisación (ahí están las demoras en las instalaciones), la violencia y el estallido social parecen ser el pan nuestro de cada día por mucho empeño que ponga la FIFA en demostrar lo contrario.
Y es que si bien unos pocos desalmados no justifican que Brasil sea un país violento, cabe preguntarse dónde está el reglamento brasileño, la autoridad de un campeonato para imponer qué menos que unas mínimas medidas de seguridad en un estadio, entre ellas, las de lógicamente unos empleados de seguridad con los cuales combatir tan desafortunados episodios.