Última actualización 23 febrero, 2022 por Alberto Llopis
Mattias Sindelar. Pocos veces 35 años dan para tanto en la vida. Ese es el tiempo que vivió, seguramente el mejor futbolista austriaco de la historia y un hombre con una leyenda a sus espaldas llena de momentos únicos. Nacido en 1903 en Jihlava (perteneciente hoy a Chequia), con tres años emigró junto a su familia de etnia judía a Viena, la capital del gran Imperio Austrohúngaro.
Allí empezó a jugar al fútbol, y allí empezó a destacar. Y es que en las calles de la ciudad vienesa serían testigo de su calidad. Entre sus amigos, nadie controlaba la pelota como él, nadie regateaba como lo hacía Sindelar y nadie tenía la capacidad de generar espectáculo como el «hombre de papel», ápodo que se ganó entre sus compañeros de fatigas.
Evidentemente, tanto talento no se iba a desperdiciar por las calles, y en 1918, con tan sólo 15 años, el Hertha de Viena se iba a hacer con sus servicios, paso previo a su traspaso al FK Austria Viena en 1924. Iba a ser en este último conjunto, donde Sindelar mostraría todo su encanto con la pelota en los pies. Enorme en el pase y en el control del esférico (ni siquiera Zidane o Maradona han sido capaces de igualarle en este aspecto), espectacular en el remate y sobresaliente en el regate (su especialidad), con el Austria Viena ganaría tres Copas de Austria y alcanzaría la gloria de ser convocado en 1926 por la selección nacional austriaca, también llamada Wunderteam.
Con el equipo nacional, vendría su alzamiento a la categoría de mito. 43 internacionalidades con 27 goles que le llevarían a ser semifinalista del Mundial de Italia 34, donde sólo el conjunto transalpino lograría parar a Sindelar y compañía gracias entre otras cosas a actuaciones arbitrales llenas de polémica y subjetividad en favor de los locales. También en los Juegos de Berlín lograría brillar, alzándose con la medalla de plata.
Sin duda, sus mayores momentos de gloria en una carrera que también vivía momentos de altibajos, sobre todo a raíz de la llegada al poder de Hitler en Alemania. El nazismo no comulgaba con las ideas de Sindelar y éste en ningún instante se sintió cómodo bajo la estela del régimen autoritario. Fueron muchos los incidentes y escarceos protagonizados en el entorno del jugador.
Si a un amigo judío sufría un cierre de una tienda, él la compraba. Si a un familiar de la misma etnia le expropiaban su casa, él se la reponía. Una constante lucha que también evidentemente se trasladó al fútbol. El 12 de marzo de 1938, Alemania anexionó a Austria, lo que significó la fusión de dos potencias balompédicas en una, y la creación de un equipo todopoderoso.
Cinco jugadores austriacos llegaron a integrarse con Alemania, donde sin embargo, se echó en falta al más grande: ya imaginan de que se trata de Sindelar. La estrella del momento nunca apareció. Lesiones, fatiga, siempre había una excusa para no participar en una selección de la que no se creía integrante.
Si en cambio, iba a aparecer el 3 de abril de 1938, cuando Alemania iba a organizar un encuentro de despedida de la selección austriaca que iba a
enfrentar a ambas selecciones. Un partido amistoso de celebración por la unión de sendos países celebrado en el Prater de Viena, pero que iba a ser de todo menos una reunión de amigos.
Amañado de antemano por los alemanes («ganar un partido es más importante para la gente que capturar una ciudad del Este», llegó a decir Goebbels), antes de empezar el encuentro ya la cosa desvarió cuando Sindelar se negó a hacer el protocolario saludo nazi hacia las autoridades nazis presentes en el estadio con Hitler a la cabeza.
Más aún, cuando en la primera parte, el Mozart del fútbol daría una continua exhibición de juego con regates de todos los colores a la defensa alemana. Lujo aún incrementado con el hecho de que en numerosas ocasiones se plantaría sólo ante el portero y en vez de lanzar a puerta se daría marcha atrás con tal de no anotar.
Ambiente crispado sin duda, el que se viviría en ese primer tiempo, y que tendría aún su punto más caliente en la segunda mitad, cuando Austria por fin anotaría los dos únicos goles del partido. Especialmente, con el primero, obra de Sindelar, que no contento con marcarlo, en lugar de hacer el protocolario saludo nazi como celebración del tanto, iniciaría una carrera hasta situarse junto delante de Hitler y realizar un baile que dejó atónito a todos los presentes y que sin duda, le marcaría el destino.
Después de aquel encuentro Matthias Sindelar, que se había convertido en un héroe para los austriacos pero en un peligroso elemento subversivo dentro del orden nazi, se vio obligado a esconderse y a vivir bajo muchísima presión por parte de la Gestapo, que pocos días después destrozó un bar de su propiedad como amenaza.
El futbolista no aparecía, e incluso se dice que Hitler ofreció una recompensa económica a quien lo encontrara, y que fue un compañero del Wunderteam quien lo delató. El caso es que el 23 de enero de 1939 Sindelar fue encontrado muerto en su casa, tumbado en su cama junto a su reciente esposa, la joven italiana judía Camilla Castagnola.
Las causas nunca se han aclarado. Los informes oficiales de la época aseguran que la muerte se debió a un escape de gas, con lo que se indujo al suicidio, nada descartable dada la situación insoportable en la que había pasado a vivir el austriaco, aunque llama la atención la celeridad con la que la Gestapo cerró y archivó el caso. Por lo menos, uno de los oficiales tuvo el detalle de asegurar que había sido un accidente, logrando de este modo que Sindelar recibiera una merecida despedida, pues hay que recordar que entonces quien había sido asesinado o se había suicidado no podía celebrar un funeral.
Sin embargo, ya durante la época hubo quien incluso apuntaba a un crimen. Los bomberos que acudieron a su domicilio declararon que no habían notado olor a gas a su llegada, y que no había señales de fuga en la estufa. Incluso, en un reportaje reciente de la BBC, un amigo del futbolista asegura que hubo sobornos a los funcionarios para no comentar nada del caso y finiquitarlo lo antes posible.
Despedida épica
Pese a las prisas de la Gestapo, que querían una despedida rápida, casi clandestina, el día de su muerte el Austria de Viena, su club, recibió más de 15.000 telegramas de pésame, tantos que el correo de la ciudad se colapsó, y a su entierro acudieron más de 40.000 personas, que se enfrentaron a la amenazadora presencia de tropas nazis, temerosas de una rebelión de quienes se habían sumado a la despedida de su ídolo.
Desde entonces, el 23 de enero de cada año se lleva a cabo una sencilla ceremonia sobre su tumba. En ella participan dirigentes de la Federación Austriaca, del Austria de Viena, aficionados y los de cada vez menos numerosos compañeros de equipo de los tiempos del Wunderteam, que rinden homenaje al mejor futbolista austriaco de todos los tiempos, como así determinó la IFFHS en el 2000.
Pero no hay duda de que su fama trascendió mucho más allá de lo deportivo. Nunca un futbolista le plantó tanta cara a la injusticia política; nunca un gol supuso tanto para un país. El recuerdo del Der Papierene seguirá siempre vivo en Austria.»