Última actualización 11 julio, 2024 por Alberto Llopis
Raymond Kopa posiblemente sea uno de los grandes jugadores de la historia del fútbol cuyo reconocimiento no está acorde a su categoría futbolística. Y es que este francés hijo de emigrantes polacos fue uno de los grandes genios del balón allá por las lejanas décadas de los 50 y 60. Fútbol y creatividad en estado puro que le llevaron a ser parte de los mejores equipos de entonces.
Llamado Koppita por su baja estatura, su infancia quedó marcada por un incidente en una mina que le provocó la amputación del dedo índice de su mano izquierda. Un contratiempo que sin embargo, supo superar de la mejor manera: jugando al fútbol. Porque jugar al fútbol, fue lo que hizo toda la vida y de que manera.
Con apenas 18 años ya formaba parte del SCO Angers, club en donde estaría dos años, y donde se ganaría el ápodo del «Napoleón del fútbol», gracias a sus múltiples regates, fintas, asistencias y un sinfín de malabarismos con la pelota (inventó la famosa jugada 1-2), que pocos, por no decir, ninguno, eran capaces de hacer en la época. Porque básicamente eso era lo que era Kopa, un centrocampista con capacidad para marcar, pero con la clase y el talento por encima de cualquier otra virtud. Un Zidane, un Iniesta, para aquellos más jóvenes con un arte espectacular para pisar la pelota y no perderla nunca.
Claro que sus dos grandes equipos fueron el Stade de Reims y el Real Madrid. En el primero comenzó su andadura en 1951 hasta 1956. Cinco años en los que ganó dos ligas galas y una Copa Latina (la antecesora de la Copa de Europa). Un periodo de esplendor que sirvió para ganarse el corazón de los aficionados del club francés, que disfrutaban de su «fútbol-champagne». Un tiempo también donde se ganó la confianza del seleccionador francés, quien 1952 lo haría debutar con un equipo nacional con el que iba a disputar dos Mundiales destacando especialmente en su papel en el de Suecia 58, donde junto a Fontaine iba a formar una dupla letal que iba a llevar a Francia a las semifinales.
Aunque, sin duda, sería su paso por el Real Madrid el que le marcaría como gran estrella internacional. Allí, iba a coincidir con el Madrid Ye-Ye, ese Di Stefano (cuya figura le obligó a jugar en la banda derecha) , Gento o Puskas al ser fichado poco después de ganar la primera Copa de Europa. Un equipo plagado de estrellas, donde Kopa no desentonaba, sino más bien todo lo contrario, deslumbraba. Era él, el cerebro, el corazón de un equipo con el que ganaría tres Copas de Europa más para el Real Madrid, amén de dos Ligas españolas.
“Bastaba con pegar un pelotazo a Gento o dársela a Kopa, que él la pisaba, y la pisaba, y la pisaba, y nunca la perdía”, decía de él, Marquitos, que vió como el «fransuá» (como así le llamaban) ganaba en 1958 su único Balón de Oro, haciendo justicia a su espectacular y regular rendimiento sobre un rectángulo de juego.
Tres años en el Real Madrid fueron suficientes para que la nostalgia le hiciera retomar al Stade de Reims, en parte por los problemas personales que le acarreó la muerte por cáncer de un hijo suyo, y la falta de acoplamiento a la vida española de su mujer. Algo, que incluso le llevó a descartar una multimillonaria oferta de renovación del club blanco. En 1966, tras ganar otras dos nuevas ligas, se retiraría definitivamente, pasando a ocupar el cargo de entrenador.
Un final perfecto para un futbolista de ensueño que siempre tuvo la mala suerte de estar a la sombra de los más grandes: ya sea de rivales (Pelé) o de compañeros (Di Stefano).